El País 1 de junio de 2007
Si la aparición de Alianza Socialista de Andalucía (ASA) durante el tardofranquismo representó un factor catalizador de una inédita conciencia autonómica, mayor importancia tuvo la imprevista presencia en Cortes de un Grupo Parlamentario para el PSA. El sentimiento colectivo que Infante quiso para su nacionalismo en el camino hacía una autonomía frentepopular frustrada por el golpe de 1936, se esbozaría al celebrar los andaluces un luctuoso Día de Andalucía durante 1977. Resucitaba con el ejercicio de autodeterminación que significó el 28F.
El procedimiento excepcional por la vía del 151 confirmó, entre la debilidad ideológica, comunicativa y orgánica, la fragilidad electoral de un ámbito político como es el nacionalismo andaluz, sufriendo un duro revés durante las primeras autonómicas. Aquel PSA no pudo, supo o tuvo medios para explicar el por qué de sus actuaciones y sólo el PSOE rentabilizó aquella singular batalla contra UCD apareciendo a ojos de la ciudadanía como “el gran partido de los andaluces”. El protonacionalismo del sexenio autonomista fue desinflándose por errores internos, pero también a causa de la desactivación y orientación de ese Ideal por causa del éxito de una labor de cambio institucional realizadas desde las dos mayorías socialistas de 1982.
Desde aquel primer desierto, el nacionalismo andaluz –los andalucismos- han sobrevivido más como un psicogrupo que como un sociogrupo, en palabras del profesor Jerez Mir. Mantiene un fluctuante respaldo electoral y tiene su techo en los diez diputados autonómicos de 1990, un eurodiputado y en el regreso con dos escaños al Congreso de 1989. Hasta el día de hoy, las sucesivas rupturas y los enfrentamientos internos, la carencia de un movimiento socio cultural, el mesianismo, el uso fetichista de Blas Infante, una implantación territorial desequilibrada, la insuficiencia y falta de diferenciación doctrinal y programática, hacen que su paso por las dos únicas legislaturas con coalición que han existido en nuestra Comunidad (1996-2004), resulten un mero dato histórico sin mayor trascendencia para la ciudadanía o la propia formación.
La evolución electoral de Andalucía demuestra que el nacionalismo no se hace sólo desde los despachos. Continúa carente de una apuesta cultural, social y sindical capaz de formar una base social para futuros logros electorales. Zapatero y Rajoy, el bipartidismo, avanza a pasos de gigante por esta tierra y han ocupado en muchos casos el sitio de los alcaldables. Sin embargo, no es menos cierto que, con demasiada facilidad la imagen del partido ha estado en manos de individuos de dudosa trayectoria moral o ideológica, que más han perjudicado que beneficiado a la causa. Las fracturas internas y los debates cainistas han eclipsado unas refundaciones inacabables que, más que actualizaciones estratégicas e ideológicas, han sido meros cambios de nombre y apellidos en las distintas direcciones.
Así las cosas, no es nada singular que el panorama de este espacio ideológico tras las municipales sea incierto. Más bien, es una de sus características. Posiblemente, y entre otros muchos, ni Pedro Pacheco ni Agustín Villar merecían esos resultados, pero ahí están. En contra de lo que afirmó fanfarronamente hace años uno de sus fundadores: el pueblo nunca se equivoca. Claro que no. Por eso, va siendo hora que el abanico PA, PSA, Asamblea de Andalucía, CUT-BAI, Jaleo, Nación Andaluza, Convergencia Andaluza, UPAN... aprendan con generosidad, sana autocrítica y altura de miras, de experiencias –nada novedosas por otra parte-, como la de Nafarroa Bai. Se hace necesaria una unidad de acción desde planteamientos de izquierda. Y entre otras personas, Pimentel, Clavero, Távora, Acosta, Isidoro Moreno o Rejón,...dicho sea con todo los respetos, tendrían mucho que decir si así lo quieren. Al igual que muchos independientes y ese inmenso capital humano que, aburrido o desencantado, ha sido dilapidado durante lustros. Es tiempo de catarsis para la ilusión. Se ha tocado fondo porque, de lo contrario, con más de lo mismo no existe futuro. Seamos realistas y pidamos imposibles. Para que las torpezas y miopías sobre los propios intereses no hagan virtud del quehacer ajeno.
Los peligros están ahí. A nada que el PP de Arenas se barnizase de un táctico regionalismo funcional podríamos estar ante la repetición del efecto Zoido en Sevilla, en un escenario electoral que se nos antoja no muy lejano. La necesidad de un partido andaluz fuerte sin llegar ser radical, pero también serio, coherente y de futuro, continúa siendo algo anhelado por muchos andaluces que, sin embargo, vuelven elección tras elección a supeditar ese interés al voto útil según el caso.
Posiblemente, si el nacionalismo en Andalucía no existe en su expresión política habría que inventarlo. Quizás, como ya dijera Infante sobre nuestra conciencia como pueblo: la dificultad para lograrlo no le resta necesidad y pleno derecho al desafío. Y eso que la esperanza es lo último que se pierde. Eso dicen.
La evolución electoral de Andalucía demuestra que el nacionalismo no se hace sólo desde los despachos. Continúa carente de una apuesta cultural, social y sindical capaz de formar una base social para futuros logros electorales. Zapatero y Rajoy, el bipartidismo, avanza a pasos de gigante por esta tierra y han ocupado en muchos casos el sitio de los alcaldables. Sin embargo, no es menos cierto que, con demasiada facilidad la imagen del partido ha estado en manos de individuos de dudosa trayectoria moral o ideológica, que más han perjudicado que beneficiado a la causa. Las fracturas internas y los debates cainistas han eclipsado unas refundaciones inacabables que, más que actualizaciones estratégicas e ideológicas, han sido meros cambios de nombre y apellidos en las distintas direcciones.
Así las cosas, no es nada singular que el panorama de este espacio ideológico tras las municipales sea incierto. Más bien, es una de sus características. Posiblemente, y entre otros muchos, ni Pedro Pacheco ni Agustín Villar merecían esos resultados, pero ahí están. En contra de lo que afirmó fanfarronamente hace años uno de sus fundadores: el pueblo nunca se equivoca. Claro que no. Por eso, va siendo hora que el abanico PA, PSA, Asamblea de Andalucía, CUT-BAI, Jaleo, Nación Andaluza, Convergencia Andaluza, UPAN... aprendan con generosidad, sana autocrítica y altura de miras, de experiencias –nada novedosas por otra parte-, como la de Nafarroa Bai. Se hace necesaria una unidad de acción desde planteamientos de izquierda. Y entre otras personas, Pimentel, Clavero, Távora, Acosta, Isidoro Moreno o Rejón,...dicho sea con todo los respetos, tendrían mucho que decir si así lo quieren. Al igual que muchos independientes y ese inmenso capital humano que, aburrido o desencantado, ha sido dilapidado durante lustros. Es tiempo de catarsis para la ilusión. Se ha tocado fondo porque, de lo contrario, con más de lo mismo no existe futuro. Seamos realistas y pidamos imposibles. Para que las torpezas y miopías sobre los propios intereses no hagan virtud del quehacer ajeno.
Los peligros están ahí. A nada que el PP de Arenas se barnizase de un táctico regionalismo funcional podríamos estar ante la repetición del efecto Zoido en Sevilla, en un escenario electoral que se nos antoja no muy lejano. La necesidad de un partido andaluz fuerte sin llegar ser radical, pero también serio, coherente y de futuro, continúa siendo algo anhelado por muchos andaluces que, sin embargo, vuelven elección tras elección a supeditar ese interés al voto útil según el caso.
Posiblemente, si el nacionalismo en Andalucía no existe en su expresión política habría que inventarlo. Quizás, como ya dijera Infante sobre nuestra conciencia como pueblo: la dificultad para lograrlo no le resta necesidad y pleno derecho al desafío. Y eso que la esperanza es lo último que se pierde. Eso dicen.
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