Autor: Salvador PérezBueno (economista y ex-secretario general del Partido Andalucista)
Origen: diario El País, Junio de 2007
Lo sucedido al PA tras las últimas elecciones municipales no es fruto de una coyuntura electoral sino que hunde sus raíces en causas más profundas que subyacen en todo el proceso de la transición política y desarrollo posterior de la democracia española. La persistente incapacidad de definición de un proyecto político moderno y la persistente conflictividad interna hasta nuestros días están en la base del devenir de esta formación política.
En sus orígenes el Partido Andalucista, entonces PSA, era una formación política que en la clandestinidad competía con el PSOE por el espacio socialista, aunque con más radicalidad que este. Pero integrado en la FPS (Federación de Partidos Socialistas) participaba de una estructura estatal junto con los socialistas catalanes y vascos.
A la llegada de la democracia, tras las primeras elecciones, el PSOE, era el único que ocupaba el espacio socialista. Previamente había pactado con los socialistas catalanes y vascos la integración de estos en su proyecto y la consiguiente quiebra de la FPS, por lo que el PA quedaba aislado en Andalucía.
Inicia el PA, a partir de entonces, una transformación para abandonar el espacio socialista y poner el acento en el carácter nacionalista de la formación política. Y aflora el inicio de la conflictividad interna entre bases de origen socialista, muy radicalizadas, y los nuevos planteamientos nacionalistas. Esta conflictividad interna se irá transformando en el tiempo, con otros componentes, pero ya no desaparecerá hasta nuestros días.
El Andalucismo sería el modo andaluz de ser nacionalista y se definía de naturaleza distinta a los nacionalismos egoístas y excluyentes del norte de España. Pretendía ser un nacionalismo solidario que reclamaba un nivel de autonomía en pie de igualdad con vascos y catalanes, con la finalidad de disponer de una herramienta capaz de sacar a Andalucía del atraso relativo en España.
Sin embargo esto no tuvo nunca una concreción clara en proyectos y en la acción política y, como consecuencia de esta indefinición, siempre hubo una tentación de emulación de los nacionalismos del norte. La situación se agravaba ante la falta de articulación estatal y relación con formaciones políticas europeas en el nuevo marco de la Unión Europea.
El último episodio de emulación de los nacionalismos del norte lo hemos visto en el último referéndum de reforma del Estatuto andaluz donde el PA pedía el NO porque quería un estatuto como el catalán.
La reforma de la estructura del estado mediante la modificación de los estatutos de autonomía que se esta llevando a cabo es contraria a los interese de Andalucía y de España. Con independencia de otras cuestiones, lo sustancial se centra en la solución del problema catalán (si se puede llamar así) introduciendo elementos de confederalismo en su estatuto, y la adopción de un sistema de financiación privilegiado que rompe definitivamente con la solidaridad a que obliga la configuración de todo estado moderno y nuestra Constitución.
Así concebido, el estatuto catalán, abre una senda al País Vasco, que por otro lado favorecería, a juicio del gobierno, la solución del problema de ETA. Y no deja de ser una reforma de la Constitución vigente que, como alguien ha dicho, se realiza como lucha larvada contra la misma, desconociendo los límites del poder.
Así las cosas el problema no está tanto en el Estatuto de Andalucía como en el de Cataluña, donde se ha roto la solidaridad. Andalucía reclama igualdad y solidaridad, pero no debe emular a Cataluña en su fuga hacia adelante reduciendo la eficacia del Estado, porque de esta eficacia depende en gran medida la igualdad y la solidaridad.
Por todo ello, desde Andalucía, la mejor reforma de la Constitución asumible en el futuro será la que entre otras cosas derogue el Estatuto catalán recientemente aprobado (si no lo arregla antes el Tribunal Constitucional), y el concierto económico del País Vasco que es un monumento a la insolidaridad. No entro a dilucidar cómo se le pondría el cascabel al gato pero desde estos argumentos se ve claramente lo descolocado que anda el PA.
En el juego de fuerzas que se generan a nivel del Estado, los nacionalismos del norte vienen operando obteniendo ventajas debido a las necesidades de apoyo que los grandes partidos tienen para lograr estabilidad en el gobierno. Pero el juego se ha vuelto peligroso porque saltando las costuras constitucionales se ha entrado en una vía que Wagner Sosa ha llamado con acierto la “fragmentación del Estado”.
A lo mejor ha llegado el momento de que una fuerza política como la que propugna Fernando Savater, progresista, defensora del Estado Federal y de niveles de autonomía iguales para todos los pueblos de España se abra camino como fuerza estabilizadora que neutralice el potencial desestabilizador de los nacionalismos del norte.
Aquí podría el PA encontrar la solución de sus problemas de definición y alcanzaría la necesaria articulación en el Estado que tuvo en sus orígenes. Naturalmente que tendrían que sacrificar dirigentes y acabar con la cultura de la conflictividad tan arraigada en ellos. En otras palabras hacerse el haraquiris para que nazca otra formación que defienda los intereses de Andalucía y de España pero con más claridad y más moderna.
En sus orígenes el Partido Andalucista, entonces PSA, era una formación política que en la clandestinidad competía con el PSOE por el espacio socialista, aunque con más radicalidad que este. Pero integrado en la FPS (Federación de Partidos Socialistas) participaba de una estructura estatal junto con los socialistas catalanes y vascos.
A la llegada de la democracia, tras las primeras elecciones, el PSOE, era el único que ocupaba el espacio socialista. Previamente había pactado con los socialistas catalanes y vascos la integración de estos en su proyecto y la consiguiente quiebra de la FPS, por lo que el PA quedaba aislado en Andalucía.
Inicia el PA, a partir de entonces, una transformación para abandonar el espacio socialista y poner el acento en el carácter nacionalista de la formación política. Y aflora el inicio de la conflictividad interna entre bases de origen socialista, muy radicalizadas, y los nuevos planteamientos nacionalistas. Esta conflictividad interna se irá transformando en el tiempo, con otros componentes, pero ya no desaparecerá hasta nuestros días.
El Andalucismo sería el modo andaluz de ser nacionalista y se definía de naturaleza distinta a los nacionalismos egoístas y excluyentes del norte de España. Pretendía ser un nacionalismo solidario que reclamaba un nivel de autonomía en pie de igualdad con vascos y catalanes, con la finalidad de disponer de una herramienta capaz de sacar a Andalucía del atraso relativo en España.
Sin embargo esto no tuvo nunca una concreción clara en proyectos y en la acción política y, como consecuencia de esta indefinición, siempre hubo una tentación de emulación de los nacionalismos del norte. La situación se agravaba ante la falta de articulación estatal y relación con formaciones políticas europeas en el nuevo marco de la Unión Europea.
El último episodio de emulación de los nacionalismos del norte lo hemos visto en el último referéndum de reforma del Estatuto andaluz donde el PA pedía el NO porque quería un estatuto como el catalán.
La reforma de la estructura del estado mediante la modificación de los estatutos de autonomía que se esta llevando a cabo es contraria a los interese de Andalucía y de España. Con independencia de otras cuestiones, lo sustancial se centra en la solución del problema catalán (si se puede llamar así) introduciendo elementos de confederalismo en su estatuto, y la adopción de un sistema de financiación privilegiado que rompe definitivamente con la solidaridad a que obliga la configuración de todo estado moderno y nuestra Constitución.
Así concebido, el estatuto catalán, abre una senda al País Vasco, que por otro lado favorecería, a juicio del gobierno, la solución del problema de ETA. Y no deja de ser una reforma de la Constitución vigente que, como alguien ha dicho, se realiza como lucha larvada contra la misma, desconociendo los límites del poder.
Así las cosas el problema no está tanto en el Estatuto de Andalucía como en el de Cataluña, donde se ha roto la solidaridad. Andalucía reclama igualdad y solidaridad, pero no debe emular a Cataluña en su fuga hacia adelante reduciendo la eficacia del Estado, porque de esta eficacia depende en gran medida la igualdad y la solidaridad.
Por todo ello, desde Andalucía, la mejor reforma de la Constitución asumible en el futuro será la que entre otras cosas derogue el Estatuto catalán recientemente aprobado (si no lo arregla antes el Tribunal Constitucional), y el concierto económico del País Vasco que es un monumento a la insolidaridad. No entro a dilucidar cómo se le pondría el cascabel al gato pero desde estos argumentos se ve claramente lo descolocado que anda el PA.
En el juego de fuerzas que se generan a nivel del Estado, los nacionalismos del norte vienen operando obteniendo ventajas debido a las necesidades de apoyo que los grandes partidos tienen para lograr estabilidad en el gobierno. Pero el juego se ha vuelto peligroso porque saltando las costuras constitucionales se ha entrado en una vía que Wagner Sosa ha llamado con acierto la “fragmentación del Estado”.
A lo mejor ha llegado el momento de que una fuerza política como la que propugna Fernando Savater, progresista, defensora del Estado Federal y de niveles de autonomía iguales para todos los pueblos de España se abra camino como fuerza estabilizadora que neutralice el potencial desestabilizador de los nacionalismos del norte.
Aquí podría el PA encontrar la solución de sus problemas de definición y alcanzaría la necesaria articulación en el Estado que tuvo en sus orígenes. Naturalmente que tendrían que sacrificar dirigentes y acabar con la cultura de la conflictividad tan arraigada en ellos. En otras palabras hacerse el haraquiris para que nazca otra formación que defienda los intereses de Andalucía y de España pero con más claridad y más moderna.
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