Autor: Salvador Pérez Bueno
publicado en El País - 04/julio/2007
Los partidos políticos son estructuras de poder que tienden a perpetuarse. Son los ciudadanos los que juzgan la necesidad o no de su existencia, sencillamente mediante la expresión de su voluntad en las urnas.
Martín Villa, en una entrevista televisada conmemorativa de la transición política española, explicaba la desaparición de la UCD realizando un símil con las sociedades mercantiles que se disuelven cuando han cumplido con su objeto social. La UCD, vino a decir, realizó la transición del franquismo a la democracia y la junta de accionista, que es el pueblo, les ha dicho que se disuelva porque el objeto social ya se ha cumplido. Por esta razón, se deduce, fracasaría el nuevo proyecto de Adolfo Suárez el CDS. Sin embargo, más bien creo que, dinamitada la UCD desde dentro, el centro fue ocupado rápidamente por el Partido Popular y por el PSOE, cerrando el paso a una nueva formación política de centro.
En esta línea argumental, cabria preguntarse si el Partido Andalucista, ha cumplido ya con su objeto social y debe disolverse, o rectificar su trayectoria porque aún persiste una necesidad insatisfecha de los andaluces que otras formaciones políticas no pueden cubrir.
Ya desde la oposición democrática al régimen franquista, los partidos agrupados en la entonces Plataforma de Convergencia Democrática, negaban a Andalucía, pero no a Cataluña y al País Vasco, el reconocimiento de su personalidad política y su derecho a la autonomía, lo cual era denunciado por el Partido Andalucista. En las manifestaciones democráticas en la calle, los servicios de orden, formados por los propios partidos, arremetían contra los manifestantes que portaban banderas de Andalucía porque entonces se asociaba al Partido Andalucista. No se reconocía tampoco el himno, ni la figura de Blas Infante.
Más tarde cuando se elaboró la Constitución, se estableció el doble rasero de autonomías de primera y de segunda; las de primera para vascos y catalanes, y las de segunda para el resto de los pueblos de España. El Partido Andalucista lo denunció, aunque pidió el voto favorable para la Constitución con aquel “Si, pero” porque había que anteponer la implantación de la democracia en España.
Posteriormente, cuando el Partido Andalucista en 1979 obtiene cinco diputados y grupo parlamentario en el Congreso de los diputados, fue posible, no sin las dificultades de todos conocidas, reparar la discriminación constitucional y la incorporación de Andalucía al primer nivel autonómico, así como la extensión de este mismo nivel al resto de las autonomías, naturalmente con las protestas de vascos y catalanes por lo que se vino en llamar “café para todos”.
La acción política del Partido Andalucista fue decisiva para recuperar los símbolos de Andalucía, reconocer su identidad y personalidad política, y alcanzar un nivel de autonomía de primer rango constitucional, todo lo cual ha sido asumido hoy por todos los partidos políticos sin excepciones. Pero el PSOE fue el primero en hacer un movimiento de ocupación de ese espacio, con Rafael Escudero a la cabeza en lo que se llamó la “vampirización del Andalucismo”. No así la derecha que hasta muy recientemente va adentrándose también en este espacio andalucista. Ahora el Partido Andalucista está casi sin presencia institucional sumido en una prolongada crisis de existencia. Así las cosas, ¿está pidiendo “la junta general de accionista”, que es el pueblo andaluz, que se disuelva el PA porque su “objeto social”, el reconocimiento de la identidad andaluza y una autonomía de primera ya se ha realizado?¿Existe un papel que jugar en España para el Partido Andalucista?
Esto se puede plantear también de otra manera, a saber: el Partido Andalucista tuvo su papel y con él la oportunidad de consolidarse como fuerza decisiva en Andalucía, oportunidad que perdió, a pesar de conseguir para ésta los logros anteriormente reseñados, pero ya no tiene espacio que justifique su necesidad y existencia o, alternativamente, existen objetivos y fines para Andalucía ( y para España) que otras formaciones políticas no pueden plantear, al menos con eficacia, y que hace necesario una formación política andalucista, que tendría así una segunda oportunidad.
La disolución no plantea dificultad alguna. La continuidad, si fuera posible, es otra cosa. Requiere un partido serio, sólido, consistente, con liderazgo social y político, y explicarse los errores cometidos con anterioridad para no volver a tropezar en lo mismo. Requiere también asomarse a la ventana del mundo, para ver más allá de su ombligo y definir objetivos nuevos acordes a los tiempos modernos, y ver si cuenta con fuerzas y medios que hagan alcanzables dichos objetivos. Tiempos modernos que cuestionan hoy las formulaciones nacionalistas en España y que como dice el profesor Álvarez Tardío “el remedio empieza por tomar conciencia de que el catalanismo, como el resto de nuestros nacionalismos, no se alimentan de una España reaccionaria y centralista que ahogue el derecho a la diferencia, sino del miedo a una sociedad cada vez más abierta y competitiva.” Y este es el debate que tiene por delante el Partido Andalucista, y para el que deben aplicarse con sinceridad, sin autoengaños y mixtificaciones. Un partido político no es un fin en si mismo, sino una herramienta al servicio de unos objetivos demandados por los ciudadanos y para los que tiene que valer en este tiempo y lugar.
Martín Villa, en una entrevista televisada conmemorativa de la transición política española, explicaba la desaparición de la UCD realizando un símil con las sociedades mercantiles que se disuelven cuando han cumplido con su objeto social. La UCD, vino a decir, realizó la transición del franquismo a la democracia y la junta de accionista, que es el pueblo, les ha dicho que se disuelva porque el objeto social ya se ha cumplido. Por esta razón, se deduce, fracasaría el nuevo proyecto de Adolfo Suárez el CDS. Sin embargo, más bien creo que, dinamitada la UCD desde dentro, el centro fue ocupado rápidamente por el Partido Popular y por el PSOE, cerrando el paso a una nueva formación política de centro.
En esta línea argumental, cabria preguntarse si el Partido Andalucista, ha cumplido ya con su objeto social y debe disolverse, o rectificar su trayectoria porque aún persiste una necesidad insatisfecha de los andaluces que otras formaciones políticas no pueden cubrir.
Ya desde la oposición democrática al régimen franquista, los partidos agrupados en la entonces Plataforma de Convergencia Democrática, negaban a Andalucía, pero no a Cataluña y al País Vasco, el reconocimiento de su personalidad política y su derecho a la autonomía, lo cual era denunciado por el Partido Andalucista. En las manifestaciones democráticas en la calle, los servicios de orden, formados por los propios partidos, arremetían contra los manifestantes que portaban banderas de Andalucía porque entonces se asociaba al Partido Andalucista. No se reconocía tampoco el himno, ni la figura de Blas Infante.
Más tarde cuando se elaboró la Constitución, se estableció el doble rasero de autonomías de primera y de segunda; las de primera para vascos y catalanes, y las de segunda para el resto de los pueblos de España. El Partido Andalucista lo denunció, aunque pidió el voto favorable para la Constitución con aquel “Si, pero” porque había que anteponer la implantación de la democracia en España.
Posteriormente, cuando el Partido Andalucista en 1979 obtiene cinco diputados y grupo parlamentario en el Congreso de los diputados, fue posible, no sin las dificultades de todos conocidas, reparar la discriminación constitucional y la incorporación de Andalucía al primer nivel autonómico, así como la extensión de este mismo nivel al resto de las autonomías, naturalmente con las protestas de vascos y catalanes por lo que se vino en llamar “café para todos”.
La acción política del Partido Andalucista fue decisiva para recuperar los símbolos de Andalucía, reconocer su identidad y personalidad política, y alcanzar un nivel de autonomía de primer rango constitucional, todo lo cual ha sido asumido hoy por todos los partidos políticos sin excepciones. Pero el PSOE fue el primero en hacer un movimiento de ocupación de ese espacio, con Rafael Escudero a la cabeza en lo que se llamó la “vampirización del Andalucismo”. No así la derecha que hasta muy recientemente va adentrándose también en este espacio andalucista. Ahora el Partido Andalucista está casi sin presencia institucional sumido en una prolongada crisis de existencia. Así las cosas, ¿está pidiendo “la junta general de accionista”, que es el pueblo andaluz, que se disuelva el PA porque su “objeto social”, el reconocimiento de la identidad andaluza y una autonomía de primera ya se ha realizado?¿Existe un papel que jugar en España para el Partido Andalucista?
Esto se puede plantear también de otra manera, a saber: el Partido Andalucista tuvo su papel y con él la oportunidad de consolidarse como fuerza decisiva en Andalucía, oportunidad que perdió, a pesar de conseguir para ésta los logros anteriormente reseñados, pero ya no tiene espacio que justifique su necesidad y existencia o, alternativamente, existen objetivos y fines para Andalucía ( y para España) que otras formaciones políticas no pueden plantear, al menos con eficacia, y que hace necesario una formación política andalucista, que tendría así una segunda oportunidad.
La disolución no plantea dificultad alguna. La continuidad, si fuera posible, es otra cosa. Requiere un partido serio, sólido, consistente, con liderazgo social y político, y explicarse los errores cometidos con anterioridad para no volver a tropezar en lo mismo. Requiere también asomarse a la ventana del mundo, para ver más allá de su ombligo y definir objetivos nuevos acordes a los tiempos modernos, y ver si cuenta con fuerzas y medios que hagan alcanzables dichos objetivos. Tiempos modernos que cuestionan hoy las formulaciones nacionalistas en España y que como dice el profesor Álvarez Tardío “el remedio empieza por tomar conciencia de que el catalanismo, como el resto de nuestros nacionalismos, no se alimentan de una España reaccionaria y centralista que ahogue el derecho a la diferencia, sino del miedo a una sociedad cada vez más abierta y competitiva.” Y este es el debate que tiene por delante el Partido Andalucista, y para el que deben aplicarse con sinceridad, sin autoengaños y mixtificaciones. Un partido político no es un fin en si mismo, sino una herramienta al servicio de unos objetivos demandados por los ciudadanos y para los que tiene que valer en este tiempo y lugar.
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